Descripción
Cada palabra que mi suegro le decía a mi marido me ponía más cachonda. Le repetía que si él tuviera la suerte de estar con una mujer como yo, se pasaría el día entero follándome, y le hablaba de lo mucho que le gustaban mi culo y mis tetas. Por eso, cuando mi marido fue a por tabaco, no me lo pensé dos veces y me eché sobre la polla de su padre. El viejo tenía un rabo inmenso, mucho más grande que el del hijo, y se lo chupé con más ganas que nunca. Ese anciano se tenía merecido echarme un buen polvo, y le ofrecí mi coño para que me follara como tanto estaba deseando.
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