Descripción
La rubia era la única que estaba entrenando en el gimnasio del crucero al amanecer cuando yo entré. Por eso no me extrañó que me mirara con tanta insistencia. Probablemente, no tuviera nadie mas a quien mirar. Sin embargo, el tiempo corría y no me quitaba la mirada de encima, así que cuando acabó la seguí hacia su camarote. Allí, me recibió desnuda, envuelta en una toalla, recién salida de la ducha. No tuve que decirle nada. Ella sola se agachó y se puso a chuparme la polla. Después se puso a cuatro patas sobre la cama para que me la follara y me la follé con tanta naturalidad como si fuese mi novia. ¡Qué fácil que me fue follarla!